lunes, 9 de agosto de 2010

Hoy de comer…


Voy a hablaros de comida. Por lo menos de lo que he probado, que yo creo que es casi todo lo típico. Nunca he rehusado comer nada. Si algo no me hacía mucha gracia, sólo lo dejaba de lado en caso de poder elegir, y si no, para adentro. Que quién sabe cuándo tendré otra vez la oportunidad de volver a probar algo así. Además, forma parte de mi propósito de “ni pedir, ni rechazar”, aceptando lo que se me ofrezca, y sólo lo que se me ofrezca.
Bueno, la comida típica guineana consiste en algo de carne o pescado, arroz, y plátano. La carne y el pescado ya os comenté en algún momento que suele ser todo congelado. Me comentaron que la carne viene de Camerún o del Líbano (hay muchos árabes que hacen negocio con la importación de comida al por mayor), y se compran en cajas de diez kilos normalmente. Como visteis en una de las fotos de la primera semana (en torno al 6 de julio), hay pollo y pavo principalmente, también algo de cerdo y ternera (o cebu, como lo llaman aquí), y de pescado hay chicharro y merluza, amén de otros tipos que entran en la categoría de “pescados variados”. Supongo que será como los sobres sorpresa que venden los “hippies” en San Mateo, pero de pescado. Lo más raro de nombre que he probado yo es el pez sagrado. No sé si se llama así, o si le entendí mal a la cocinera y quería decir pez salado, porque madre mía, casi salían llagas en la boca.
¿Y no hay carne y pescado fresco? Sí, pero caro. Como en Malabo se mueve pasta, ya sea por parte de las empresas o de los altos cargos, la mercancía fresca sube mucho de precio, haciendo casi imposible que la gente de a pie pueda alcanzarla. El pescado fresco, que supongo que perderá gran parte de ese calificativo en cuanto lo plantan encima de esas tablas de madera al aire libre donde se vende, puede alcanzar los 6000 francos (9 €) por kilo, así que ni hablar. Y la carne fresca, yo, ni la he visto. Sólo se debe vender en algún mercado concreto por el que no he pasado.
Hay otra variedad de carne que es la autóctona. Aquí se come todo lo que se mueve, y las dos variedades más exóticas que he probado son el antílope y el puercoespín. El antílope sabe muy bueno, es una carne bastante dura, pero que bien cocida está muy rica. Y el puercoespín (o chuchú creo que lo llaman) es normal, aunque tiene pinta de pescado, porque la columna vertebral tiene como espinas. Y por supuesto se come entero, pero José Ramón no ha encontrado en mi un rival a la hora de decidir quién se come la cabeza del bicho: todo tuya.
Y otras dos cosas que se comen mucho, a tenor de la cantidad de puestos en la carretera donde se puede comprar, son los caracoles y los cangrejos. Los segundos no los  he probado, así que ni idea. De los primeros, hay dos variedades. Los de tierra son los más comunes, se encuentran por todas partes, pero no son como los de España. Éstos miden como unos 10 cm, y son bastante duros. Las hermanas de Batete con las que comí ayer domingo llevan años aquí y no han sido capaces de probarlos, que les da mucha cosa. La segunda variedad son los caracoles blancos, que son de mar, y deben estar buenísimos. No he tenido el placer.
Todo esto se condimenta con su salsa. La que más he catado aquí es una como de tomate con guisantes, patata y zanahoria. Pierde la gracia cuando ves que el tomate viene concentrado en latitas, y lo demás en otra lata de macedonia de verduras, pero está bueno. Hay alguna otra salsa que es súper pesada. La primera vez que la probé me tuve que ir corriendo a echarme la siesta, porque la digestión prometía ser horrible. Y un día probé una salsa hecha con cacahuetes, que por cierto estaba muy buena.
Y acompañando todo esto, la guarnición. Lo más habitual, plátano, banana, yuca o unas pelotas hechas con harina y no sé qué más que son un poco fuertes para el estómago. Aquí cuando dicen plátano se refieren a una variedad mucho más grande que lo que conocemos, y muy verde. Se puede comer cocido, que es como dar bocados a un trozo de miga de pan, porque no sabe a nada, machacado, que tiene algo más de gracia, o frito, que a mí me encanta, porque saca un poco del dulzor al que estamos acostumbrados. Lo que nosotros llamamos plátano aquí es banana, y esto pocas veces se ve. La yuca sabe como a patata, pero mucho más insípida. Pero bueno, es una forma de llenar el buche.
Aquí se echa en el plato la carne o el pescado, el arroz y el plátano, y se va comiendo todo a la vez. Yo, que me gusta ser un poco organizadito, troceo todo y luego me lo como. Pero de todo hay.
Cuando estaba en Santuario, la primera casa que me acogió, Judith siempre nos preparaba una sopita. A veces de fideos, a veces de alubias, y otras de unos caracolillos de pasta gigantes. Yo que soy un sopazas disfrutaba de ello, pero aquí en el seminario no me ha tocado todavía. Aún así, la sopa más famosa es el pepesup, del que ya os hablé: una sopa de pescado con picante. Pero aquí con el picante no se bromea: echa una miguita de más en tu plato, y te querrás morir. Y que no pase del final de la lengua, porque si se te cuela un poco en la garganta empiezas a toser como un loco. Y mira que a mí me gusta el picante…
Y por último, las frutas. Papaya, guayaba, sandía, piña, banana, y alguna variedad muy extraña cuyo nombre no recuerdo y cuyo sabor no me agradó. La papaya roja es muy codiciada aquí, con la guayaba se hace de todo, incluidos batidos y mermelada, y la pena de la piña es que no es temporada, y la poca que se puede encontrar por aquí no está muy dulce. También es muy típico el aguacate (mucho más blando que el de España, sabe como a mantequilla) y la atanga, que es una especie de uva gorda morada y alargada, con un hueso que ocupa más de la mitad del fruto, y que a mí me supo fatal. Aquí les gusta mucho, pero también se la dejo toda.
Bueno, y poco más que contar. El pan es como los bollos de perrito caliente de allí ( un poco mejor, pero no mucho), y como dulces típicos lo único que he probado es el pastel, que es como ellos llaman al típico bizcocho casero. ¡Ah sí! El desayuno. Cada mañana cojo una taza, echo agua, la caliento en el microondas, y después introduzco una cucharada de café (soluble en polvo), tres cucharadas de leche (en polvo), dos terrones de azúcar, le doy vueltas, y cruzo los dedos para que salga bueno. La alquimia de la receta que os acabo de decir es el fruto de mis investigaciones por el método de prueba y error. Y para acompañar, algo de fiambre (ahora mismo se nos ha acabado y estoy tomando una especie de carne de ternera enlatada y con un color un poco raro, pero aceptable), y la variedad africana de la nocilla que se llama “Tartina”, y que sabe más a cacahuete que a chocolate (que también se nos ha acabado). De momento vamos tirando con unos paquetes de cereales que le regalaron a Felipe.
Se admiten preguntas (aunque tú Cortijo estás agotando el cupo). Y también paquetes de jamón serrano a mi llegada, por supuesto.

2 comentarios:

  1. De cocinilla a cocinilla, hoy tenía que escribir. Me encanta que hayas probado toda la comida típica. Sólo me da envidia las frutas, todo lo demás no me apetece, no tengo hambre.
    Tenía pensado el menú del primer día en casa:paté de cabracho, tarta de cebolla, solomillo en hojaldre con salsa de foie y de postre, tu creación, tiramisú de naranja, pero creo que lo voy a cambiar por arroz con plátano para que la adaptación a nuestra comida sea poco a poco. ¿A qué no te lo crees?. Desde que te fuiste sabías lo que tendrías de menu a la vuelta, porque te queremos y estamos siempre contigo. Besos

    ResponderEliminar
  2. Te cuento lo que desayunamos ayer. Fuimos a Almería a ver el parque donde se rodaron unas pelis y después a una cuevas de yeso. Paramos en Tabernas y lo típico eran tostadas con un montón de cosas. Nosotros pedimos con tomate y jamón, que lo habían partido en trocitos y !estaba buenísimo"
    Ya veo cómo has aprendido ha preparar el tiramisu (Marisa: es mi postre favorito, en una cena lo preparó Jorge y lo probamos, que nada tiene que ver con el que dan por ahí)
    Un beso muy fuerte
    Cortijo

    ResponderEliminar